Ayer demostramos que la situación con la vivienda es insostenible, que estamos ahogadas, que no podemos más. Hoy, el anuncio de nuevas ayudas que benefician a los rentistas es poco menos que reírse en nuestra cara.
Ojalá se cumpla lo que prometía aquella imagen que circuló los días previos a la manifestación de ayer. "Es la última vez que lo pedimos por favor", decía.
Lo hemos intentado de buenas maneras y se siguen riendo de nosotras. Toca demostrar que tenemos mucha fuerza. Muchísima.
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Independizarse no es un capricho ni un lujo, es una necesidad. Y quien diga lo contrario no tiene ni idea de lo que es verse privado de la posibilidad de construir una existencia propia, autónoma. Lo que esa situación repercute en términos de salud mental y hasta qué punto desgasta las relaciones familiares (o del tipo que sean) en el seno de la vivienda compartida.
La crisis de vivienda no son cifras que suben. La crisis de vivienda son relaciones madre/padre-hijx destrozadas por el desgaste que genera no poder independizarse, parejas/amistades que se ven obligadas a compartir piso sin estar preparadas y terminan fatal, son las horas sin dormir provocadas por todo ese sufrimiento. Son lágrimas, ansiedad, depresiones. Suicidios. La crisis de vivienda es una crisis humana gravísima. De carne, no de números.