Mi hija me preguntó cómo hablaba mi madre y removió una herida añeja.
Cantar empezó a doler más de la cuenta cuando encontré en una vieja canción una frase que insistía en repetir hasta el infinito como un mantra: “no hace falta tu imagen, hace falta tu voz”, decía. Repetir aquello públicamente en una canción junto a mis amigos reparaba algo en mi.
Mi madre murió cuando yo tenía nueve años, con el tiempo fui olvidando su voz.
No pasó de un día para el otro, se fue desvaneciendo y no hubo nada qué hacer salvo aceptar el olvido. Por alguna razón que no me explico racionalmente, lo más triste de desvincularme de mi madre fue perder esa memoria. Su olor, en cambio, lo siento patente.
“No sé”, le dije a Britta, que tiene cuatro años y me conoce hace menos de uno.
Con los niños no hay silencios incómodos, son espacios llanos para contemplarse. Así estuvimos unos segundos, cambió de asunto y seguimos leyendo un libro que ella y su hermano saben de memoria. Se ríen en las mismas partes y completan las oraciones en coro apoyados sobre mi panza, ambos escuchan atentos y en pijama. Leemos juntos, pero esta vez al ritmo lo van marcando ellos; después de la pregunta de Britta me costó apenas disimular la disociación.
Con Caro no somos de dar pasos cortos, hace años decidimos ahijar por el camino de la adopción. Esto es, convertirse en madre y padre de dos niños con una historia preexistente que moldea su identidad, una memoria viva a la que queremos darle espacio y tiempo.
Desde esta metamorfosis implacable, en este devenir madre, padre, hijo e hija. Hilvanando el deseo en la sutileza de la inexperiencia, confiando en que la ley primera es y será el afecto, me tildo.
Con el libro abierto, pienso en mi hermana, que se convirtió en mi madre.
Leo en automático, Santi me acaricia y me acuerdo del momento en el que me asomo desde atrás de la cortina del teatro en plena función, para ver bailar a Caro desde atrás de las cortinas que, igual que yo, recibió la noticia horas antes: “el lunes van a conocer a sus hijos”, allá ella convirtiéndose en mamá en vivo y en directo frente a la platea del Teatro Victoria.
Britta se durmió, ¿recordará la voz de su progenitora?, ¿recordará su olor?, ¿buscará reconocerlo en nosotros?
Ojalá no olvide lo bueno, y encuentre en esta nueva familia la posibilidad de componer un recuerdo que la ayude a ser más hermosa (aunque no puede más), y me ayude a mi a componer un padre al que quiera recordar siempre.
Mi compañera es madre. Ahí están sus hijos por dormirse recostados sobre su padre. El padre soy yo. Todo ha pasado muy rápido, tanto que la palabra ‘familia’ se empieza a sentir cómoda por primera vez.
Britta y Santi saben el cuento de principio a fin y, aún así, quieren escucharlo una y otra vez. Tienen muy claro que el relato es solo una porción del recuerdo.
#Adopción
