Una de las cosas que molan de las redes sociales es la facilidad de entablar conversaciones con personas que no conocemos. En realidad es bastante triste, porque eso significa que el sistema nos ha atrofiado esa capacidad cuando estamos cara a cara. Pero, en realidad, estamos hablando de lo mismo.
Esto lo digo porque, por mucho que una red social esté precisamente para interaccionar, hay unas normas básicas no escritas que deberían seguir rigiendo. En concreto, las mismas normas del cara a cara.
En el entorno virtual parece fácil olvidar que lo que hay detrás de un avatar es una persona. Que una persona diga algo que yo puedo leer no me da derecho a comentar no importa qué y no importa cómo al respecto. Si estoy en un parque y alguien dice «me duele la barriga» no reacciono de la misma manera si ese alguien es mi colegui con quien me fui de parranda ayer y le vi comerse un bocata de chapas, que si es une conocide con quien me llevo bien, pero no sé qué le puede pasar, o si es une perfecte desconocide.
En una red social debería ser lo mismo. Si alguien dice «me duele la barriga» puede haber contextos muy específicos en los que un «pues haber estudiado» vaya bien, o incluso un «Tómate una manzanilla». Pero si no es alguien que conozca y sepa que alguno de esos comentarios le va a caer bien, que sepa de antes qué le pasa, lo normal es que comentarios así caigan mal. Sencillamente estoy traspasando unos límites que en el cara a cara no se me ocurrirían traspasar. Es una invasión de la intimidad y el espacio vital, además sin conocimiento. Porque otra cosa que es muy fácil en el espacio virtual es rellenar los huecos de contexto con vivencias propias y proyectar. Eso casi siempre falla. Las probabilidades de que una persona esté pasando por lo mismo que pasé yo con lo que me evoca su comentario tienden tanto a cero que se puede asumir que no existen.