Thread

Article header

Bitcoin y Estado. Una historia de violencia y confianza (II). Origen del Estado como organización que supera el ámbito tribal previo a la revolución neolítica

José María Bermúdez de Castro revela que “la violencia ha estado siempre presente en la historia de la humanidad”. La mayoría de autores vinculan la aparición del Estado, en mayor o menor grado, con la violencia. No en vano, Max Weber sostenía que el Estado es “aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio…, reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima”.

Podemos distinguir entre una violencia de carácter externo, como organización de defensa y ataque frente a otras tribus o grupos, y otra de carácter interno, para articular los mecanismos de resolución de conflictos que surgen en el seno de la organización.

Como indica Adolfo Contreras, la confianza y su escalabilidad juegan un papel fundamental para nuestra vida en sociedad y poder relacionarnos entre nosotros, individual y colectivamente. En sentido parecido se manifiesta David McWilliams en su reciente libro “Dinero: Una Historia de la Humanidad”, aunque hay que reconocer que tiene partes profundamente desacertadas, como cuando se refiere a la España que descubrió América o a Bitcoin.

Bitcoin está en disposición de alterar sustancialmente nuestra vinculación actual con la violencia.

Relaciones entre los diferentes grupos

Las relaciones entre tribus, seguramente, serían de dos tipos: violencia para hacerse con los recursos de otros y defender los propios o cooperación para el beneficio mutuo.

Relaciones internas del grupo

En un régimen tribal, todos los miembros de la tribu se conocían y la mayoría estarían emparentados. En estos contextos, la confianza era un factor fundamental para la cohesión del grupo, pero cuando la organización supera el ámbito tribal, circunstancia que empieza a generalizarse con la revolución neolítica, empezamos a relacionarnos con gente que no conocemos y con la que no tenemos confianza. Podríamos decir que superábamos el denominado *número de *Dunbar. Esta pérdida o ausencia de confianza y la necesidad de relacionarnos hace, entre otras cosas, que la deuda (para algunos la primera forma de dinero) no pueda desplegar su eficacia como posiblemente acontecería en sociedades más reducidas. De otro lado, la manera más común de resolver los conflictos en un contexto así es la violencia. Pero claro, una violencia de corte anárquica no es buena para la supervivencia del grupo y los individuos que lo integran. Fue entonces cuando iniciamos el camino para superar las limitaciones que la necesidad de confianza impone a nuestras relaciones. Bitcoin es el último capítulo que conocemos de este recorrido.

En el ámbito interno de la organización podemos vislumbrar una tercera forma de relacionarnos para coordinar los sistemas anteriores (violencia y cooperación en interés mutuo): establecer un código de conducta, primero de corte moral y luego normativo, a fin de que la violencia no acabara destruyendo al grupo y se favoreciera la cooperación entre sus integrantes. Una solución evolutiva brillante que comenzaría incluso mucho antes de la Revolución Neolítica. Siguiendo a Spinoza, este código moral estaría vinculado con la supervivencia y progreso individual y colectivo. Así, de una manera más espontánea que no mediante imposición, las distintas comunidades iban construyendo un código moral para asegurar esa supervivencia y procurar su progreso. Pensemos que en aquella época la disyuntiva no estaba en discernir si nos compramos un Iphone o un Android, sino en sobrevivir o morir. No parece que se tratara de una imposición arbitraria, sino de un proceso evolutivo en el que las comunidades, de manera espontánea, fueron desarrollando reglas para garantizar su continuidad, de igual forma que surgieron y desarrollaron las distintas formas de dinero. La alternativa era la anarquía violenta, que se configura, como dice Adolfo Contreras, como la institución suprema o de último recurso para la resolución de conflictos, lo que ponía en riesgo la existencia misma del grupo y de los individuos que lo integraban.

Una cuestión a destacar de este proceso, particularmente en el ámbito de las relaciones internas del grupo, es que cada comunidad desarrollaba códigos específicos adaptados a su entorno y experiencias particulares. Algunas normas en algunas comunidades podrían ser exitosas y, sin saber el motivo, en otras no. En el norte de Europa, cuando todavía no se dominaba la creación del fuego, el hecho de provocar que se apague el fuego que el grupo mantiene encendido debería considerarse como una violación extremadamente grave del código, mientras que esa misma conducta en latitudes más templadas sería objeto de una mayor benevolencia. Y este es un proceso que se va decantando a lo largo de miles y miles de años. Esas diferencias son las que, en gran medida, nos han hecho progresar, si destruimos nuestra diversidad cultural estaremos limitando las posibilidades de nuestro progreso, estrechando el abanico de posibles circunstancias futuras que tenemos para seguir evolucionando, en una suerte de endogamia suicida.

Lo que en cada momento y lugar se precisa para la supervivencia es diferente, de ahí que, como se indica en El individuo soberano, “cada etapa de la sociedad requiere sus propias reglas morales para ayudar a los individuos a superar las trampas que conllevan las elecciones a las que se enfrentan con esa forma de vida particular.” Decía Spinoza que “las cosas solo son buenas, en la medida en que ayudan al hombre a disfrutar de la vida intelectual, que se define por la inteligencia. Por el contrario, cualquier cosa que impida que el hombre perfeccione su razón, y su capacidad para disfrutar de la vida racional, solo se llama maldad.” (Ética , Parte IV, Apéndice V). De esta forma, y siguiendo a Spinoza, las acciones humanas no se deben analizar con criterios morales, pues esos valores son creaciones humanas arbitrarias, sino, si acaso, con criterios de racionalidad.

Bitcoin, como avance tecnológico, en principio podría calificarse de “amoral, de igual forma que es considerado como “neutraldesde un punto de vista político. Pero lo cierto es que Bitcoin no necesita ese entramado moral. Los imperativos morales surgen cuando los incentivos no están bien alineados. Hay quienes incluso consideran a Bitcoin en sí mismo como un imperativo moral.

Siguiendo las tesis de “El individuo soberano”, el mandamiento de no robarás tiene como objeto proteger la propiedad de los propietarios, con unos incentivos probablemente desalineados con los no propietarios. Con la zanahoria de la vida eterna en el paraíso y el palo del infierno a perpetuidad en el caso de la religión, y la creíble amenaza que implican las normas del estado, se intenta que los individuos dejen de reconocer los rendimientos de la violencia, o al menos que esas promesas de premios y castigos terrenos y ultraterrenos hagan efecto en su ánimo para renunciar a la violencia. Son el incentivo que se intenta prevalezca sobre el rendimiento que proporciona la violencia. El individuo tiene que poner en la balanza uno (cielo/infierno/cárcel) y otro (rendimiento del robo/violencia) y elegir el que más le convenga.

Como he explicado en otros trabajos, la Revolución Neolítica marcó un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Hasta entonces, los seres humanos vivían dependiendo de la disponibilidad de recursos naturales, con una organización social relativamente reducida. Sin embargo, con el desarrollo de la agricultura y la ganadería y la generación de avances tecnológicos (la rueda), unido a una profunda transformación social, la organización social de los grupos humanos creció considerablemente.

El camino hacia Bitcoin

Uno de los efectos más trascendentales de este cambio fue la aparición de excedentes de producción. A diferencia de los cazadores-recolectores, que consumían lo que obtenían de la naturaleza sin acumular grandes reservas, las sociedades agrícolas y ganaderas empezaron a producir más alimentos de los que necesitaban en el momento. Este excedente permitió un crecimiento demográfico, la especialización del trabajo y la diversificación de la economía, pero también generó un nuevo problema: la necesidad de proteger esos recursos.

Los grupos humanos sufrían a menudo el expolio de sus excedentes, ya fuera por tribus nómadas o por comunidades vecinas en busca de mejores condiciones de vida, y la violencia seguramente escaló de una forma considerable. Ante esta amenaza, los miembros del grupo acordaron delegar la defensa de los excedentes en ciertas personas especializadas en la guerra y el ejercicio de la violencia, dando lugar a los primeros guerreros o clases militares. Pero la defensa no siempre era suficiente: en algunos casos, atacar a otros grupos y apropiarse de sus recursos se convirtió en una estrategia eficaz para asegurar la supervivencia y el crecimiento de la comunidad, como muestra, por ejemplo, la expansión de Roma.

Desde una perspectiva interna del grupo, a medida que la comunidad crecía, la confianza entre sus miembros comenzó a resentirse. En sociedades pequeñas, donde todos se conocían, el control social se basaba en la reciprocidad y la presión del grupo. Sin embargo, con el aumento de la población, surgió la necesidad de establecer un código moral que regulase la convivencia y redujera los conflictos internos. Inicialmente, este código estaba basado en normas de comportamiento transmitidas de generación en generación y que habían posibilitado la supervivencia del grupo y sus individuos.

Con el tiempo, estos códigos morales fueron formalizándose hasta convertirse en códigos normativos, particularmente desde la aparición de la escritura, como muestran las Doce Tablas de Roma. El surgimiento de reglas explícitas permitió gestionar los conflictos sin recurrir a la violencia constante, estabilizando las estructuras sociales y facilitando la consolidación de lo que podríamos denominar los primeros Estados. La necesidad de encauzar la violencia vinculada con los conflictos derivó en la aparición de un código moral que procurara la supervivencia y progreso de la comunidad y de sus miembros que derivó en un código normativo, con las características de lo que podríamos denominar, en términos de la Escuela Austriaca de Economía, una institución social evolutiva, como el dinero, entendiendo por tal la institución que creó el hombre para satisfacer la necesidad social de intercambio y cooperación, de la que Bitcoin es su última y, hasta el momento, mejor manifestación, dejando a un lado la eventual falsa dicotomía entre reserva de valor y medio de intercambio, pues como indica Roy Sheinfeld, “su esencia es la misma”.

Este artículo forma parte de un trabajo más extenso en elaboración sobre las relaciones de Bitcoin con el Estado.

Replies (0)

No replies yet. Be the first to leave a comment!