Los "apóstoles de la religión climática" achacan al cambio climático cualquier evento meteorológico (lluvia, sequía, calor, frío...), hasta el punto de que "todo lo que pase es anormal" y negacionismo es no acatar dogmas tales como que el cambio climático es antropogénico y catastrófico y que, al ser antropogénico, es reversible, por lo cual es indispensable la correcta actuación de la población. Como consecuencia, una serie de conductas correctas se convierten en la "liturgia de la religión climática" y pasan a ser de obligado cumplimiento. El enemigo elegido por la religión climática es el CO2, algo sorprendente pues es un gas esencial para la vida, precisamente por el efecto invernadero que provoca. Esto ha dado lugar al lucrativo negocio del mercado de los bonos de carbono que permite contaminar legalmente, previo pago. Debido a que no hay forma de medir las emisiones, su cálculo se realiza mediante modelos informáticos que ya demostraron su falta de fiabilidad durante la pandemia de Covid 19. Dichos modelos impulsan políticas de gran alcance sin un debate previo. Lo que se conoce como "La Ciencia" vende una imagen de consenso sobre el asunto (cuando el consenso, de por sí, es anticientífico), pese a que son muchas las voces acreditadas que se alzan contra la doctrina del cambio climático antropogénico. En conclusión, el cambio climático es un negocio global que impulsa la adopción de medidas de control social. Finalmente, se habla de las fundaciones de la familia Rockefeller, que financian tanto a las ONG's que luchan contra el cambio climático como a todas las iniciativas que persiguen en control de la narrativa al respecto y fomentan, asimismo, el control demográfico y la despoblación. A la idea de la despoblación se han sumado también otras eminencias filantrópicas que han dado lugar a la aparición de instituciones de gran influencia (Club de Roma, club Bildelberg, WEF, Comisión Trilateral). Es evidente que estas élites no tienen interés en la protección del medio ambiente ni en la salud de las personas. Para luchar contra ello se propone volver a las raíces, tomar lo rural como modelo y despreciar a los ecologistas de ciudad.
TEXTO: El análisis de la situación muestra resultados poco esperanzadores, pues la mayoría de la sociedad asimila fácilmente directrices asociadas a regímenes totalitarios y pide mayores restricciones y más censura, mientras que, por otro lado, la fracción opositora es bastante reducida. A pesar de ello, el autor plantea una serie de opciones que, aunque poco probables, son, como mínimo, posibles: 1. Ante la desconexión de las clases dirigentes con la realidad social, es preciso que éstas dejen de ver a la población como a niños estúpidos a los que hay que educar y comiencen a tolerar puntos de vista diferentes. Esta desconexión se hace más manifiesta cada día, lo cual genera un creciente descontento en la población que se traduce en cierta presión y control sobre los gobernantes. Sin embargo, la pertenencia a instituciones internacionales limita la soberanía y el margen de maniobra de las naciones para poder adoptar medidas más adecuadas a sus intereses. 2. Empiezan a darse movimientos emergentes contra la censura disfrazada de lucha contra los discursos de odio y la desinformación, en la que un reducido grupo decide qué es verdad y qué no, prohibiendo el debate. Por otra parte, las redes sociales dirigen el flujo de información en base a las afinidades, creando cámaras de eco y fomentando la polarización. Los videos cortos merman la capacidad de atención y fomentan la inmediatez de opinión eliminando el espacio para el desarrollo de argumentos. Para evitar esta tendencia es necesario rechazar cualquier tipo de censura mediante una reestructuración de las redes sociales que aumente la transparencia de sus normas de moderación de contenidos. 3. En relación al adoctrinamiento "woke", la igualdad que fomenta mata la excelencia y acelera el declive de Occidente, por lo que lo ideal sería que las instituciones se alejaran de esta ideología. Lamentablemente, esta perspectiva es poco realista. 4. Históricamente, la tradición europea se ha estructurado en torno al cristianismo que ahora ha sido sustituido como marco moral por el wokismo. La inmigración masiva que ha generado fomenta la desconfianza entre la población, mengua los valores tradicionales y provoca un aumento de la inseguridad, lo que nos conduce a un aumento de la vigilancia y una mayor restricción de libertades. La alternativa es romper con la diversidad y aferrarnos a nuestra herencia moral cristiana en la que los llegados deberían integrarse. El resurgimiento del cristianismo sería un buen indicador en este sentido.
Aunque la pandemia de Covid ya terminó, enfatizó una crisis de pensamiento que aún no ha remitido. Se da una batalla entre los "buenos", que no cuestionan los dogmas emanados desde las élites y los "malos", que cuestionan y discrepan, lo cual significa la supresión del debate en base a argumentos sólidos. Salvar la democracia justifica la aniquilación de elementos democráticos fundamentales, pues todo está permitido con tal de alcanzar tan loable fin. En el núcleo de esta batalla se encuentra la lucha contra el "discurso de odio" y la eliminación de la "desinformación". Las clases dirigentes tratan de criminalizar estos conceptos ambiguos legislando contra los "delitos de odio", olvidando su función principal: garantizar la libertad ciudadana (incluso la de enfrentarse al Estado). A pesar de que la aparición de internet y las redes sociales ha hecho más difícil el control de la narrativa, los medios de comunicación, convenientemente subvencionados, distraen la atención de la población y aumentan la polarización social, haciendo que los problemas se agraven. Si bien es cierto que cada vez más ciudadanos consideran que el debate público aborda temas que no tienen relación con la realidad cotidiana. Por otra parte, la pandemia del Covid puso de manifiesto la facilidad con la que las sociedades democráticas occidentales pueden volverse autoritarias y también, cómo la población está dispuesta a renunciar a sus libertades civiles a cambio de mayor seguridad. La cultura del "segurismo" y la crianza segura están dando como resultado niños frágiles, lo que conduce a la formación de ciudadanos infantilizados que son más susceptibles a la formación de masas: las personas crean conexiones mediante una causa común que dota de sentido a sus vidas, facilitando que la masa se mueva en la dirección indicada, sin cuestionar nada.