Se analiza la manifiesta tendencia de las democracias occidentales hacia un totalitarismo que esta siendo aceptado sin protestar. Nuestros dirigentes recortan derechos y libertades individuales con el pretexto de la diversidad y la inclusión, controlando el pensamiento disidente e influyendo en los medios de comunicación y en las universidades para imponer su ideología a toda la sociedad. Dicha ideología es una perversión del ideal cristiano de la caridad y la compasión por las víctimas, pues asigna la etiqueta de víctima en función de la categoría a la que se pertenece, sin considerar otros factores. Este "autoritarismo blando" se intensificó a raíz de la pandemia de Covid en la que, por motivos de seguridad, se anularon derechos fundamentales y se impusieron normas carentes de toda lógica que no podían cuestionarse, pues cualquier disidencia era censurada bajo la etiqueta de "desinformación". Las vacunas pronto manifestaron su ineficacia y peligrosidad, a pesar de lo cual, los que optaron por no vacunarse fueron acosados, siguiendo una demagogia similar a la de regímenes totalitarios del pasado. Pasado el tiempo, nadie ha mostrado arrepentimiento ni ha sufrido las consecuencias de su mala actuación y la mayoría de la gente ha pasado página, pero esto no es un tema cerrado. Volverá a repetirse, pues los gobiernos han aprendido que pueden utilizar un autoritarismo extremo cuando lo consideren oportuno.
Múltiples indicios parecen indicar que, en lo que a estructuras políticas se refiere, nos encontramos en el final de una era. El deterioro del sistema tiene su origen en la ausencia de controles efectivos y la falta de separación de poderes y de representación. Además, la aparición de internet rompió el monopolio informativo con lo que empezó a desmentirse la propaganda oficial. Por contra, una creciente crisis de los valores tradicionales ha llevado a la sociedad al relativismo moral y al conformismo provocando una pérdida de la capacidad de reacción, lo cual ha sido aprovechado por el Estado para abarcar cada vez más aspectos de la vida de los individuos. Pese a ello, el autor se muestra optimista y afirma que el daño, aunque profundo, no es irreversible. Actualmente, España se encuentra en una encrucijada y ha de tomar el camino correcto: una reforma institucional que aporte una verdadera separación de poderes, representación y controles eficaces al poder. El camino para alcanzar dichos objetivos presenta una serie de obstáculos como, por ejemplo, la canalización de la tensión social hacia el enfrentamiento ("la culpa es del otro bando"), así como el inmovilismo y la apatía. Otro importante obstáculo es el populismo, es decir, las promesas irreales según las cuales el Estado aumentará el bienestar de la sociedad en su conjunto, lo cual significa un aumento de su poder y, con ello, de nuestra dependencia. Evidentemente, dichas reformas no van a producirse desde los partidos políticos. El factor decisivo para el cambio se encuentra en la sociedad civil, tomando consciencia de la necesidad de reformar el sistema y la consecuente movilización para conseguirlo.
La primera idea que ha de quedar clara es que "el interés general" o "el bien común" son abstracciones confusas. La política tiene que ver con individuos concretos que están motivados por intereses propios, no por el de los demás. Buscar el bienestar social puede, incluso, resultarles contraproducente. La finalidad de todo dirigente, ya sea en el ámbito público o en el empresarial, es alcanzar el poder y una vez conseguido, mantenerse en él y gestionar los ingresos. El dirigente político siempre va a intentar subir los impuestos ya que son indispensables para recompensarse a sí mismo y a los suyos y, además, ayudan a crear una masa pobre dependiente de las ayudas gubernamentales (redes clientelares). Otra fuente de ingresos para los dirigentes son las ayudas del exterior para fomentar el desarrollo, las cuales, raras veces alcanzan su objetivo, sino que sirven para enriquecer a los gobernantes puesto que, si un gobierno recibe ayuda para solucionar un problema, el hecho de solucionarlo implica el fin de las ayudas. Cuanto más reducido sea el grupo de personas de las que el dirigente depende para conservar su puesto, más fácil será para el dirigente tenerlos contentos, por lo cual, la mejor baza para la población que busca su libertad será intentar aumentar ese número de personas. Otros factores para alcanzar la libertad son la libertad de expresión y reunión, pero sobre todo la autonomía financiera.