Los partidos políticos, cuya finalidad es aportar propuestas para solucionar los problemas de la sociedad, disimulan la desidia en el desempeño de sus funciones refugiándose en la ideología: una razón superior e indiscutible que ignora las causas reales de los problemas y ofrece una respuesta fácil.
La ideología pervierte las ideas nobles, como por ejemplo, el patriotismo que, al dejar de ser amor por la nación y convertirse en ideología, deviene una monstruosidad.
Se afirma que son preferibles los principios (pues son abiertos y plantean objetivos) a las ideologías, que solamente ofrecen buenas intenciones y son sistemas cerrados que supeditan los objetivos a una razón superior inapelable.