Enfermedades mentales que nunca han existido, inventadas solo cómo método de control:
Neurastenia:
Acuñado por el médico estadounidense George Miller Beard en 1869. Se describía como una debilidad nerviosa o agotamiento del sistema nervioso, causada por las demandas de la vida moderna industrializada, y se manifestaba en síntomas vagos como fatiga crónica, irritabilidad, dolores de cabeza, insomnio, debilidad sexual, ansiedad difusa y una sensación general de falta de nervios.
Beard la presentó como una "enfermedad americana", exclusiva de las clases medias y altas urbanas, atribuible al estrés de la civilización (telégrafos, ferrocarriles y ritmos acelerados) pero rápidamente se extendió globalmente.
Se convirtió en un término para patologizar respuestas normales al cambio social: se usaba para diagnosticar a mujeres que se quejaban de nervios por roles domésticos opresivos (a menudo curada con reposo en sanatorios o histerectomías), a intelectuales sobreexigidos o incluso a disidentes que mostraban agotamiento moral por la alienación laboral.
Esto la hizo una herramienta sutil de control social, reforzando ideales de género (mujeres como frágiles para mantenerlas en el hogar) y de clase (los pobres no la padecían porque no tenían nervios que gastar), mientras medicalizaba el malestar existencial de la modernidad para evitar críticas al capitalismo incipiente.
Tratamientos incluían baños eléctricos, dietas restrictivas o aislamiento en casas de reposo, y fue popularizada por figuras como Sigmund Freud, quien la relacionó con la represión sexual.
Enfermedades mentales que nunca han existido, inventadas solo cómo método de control:
Histeria:
Uno de los diagnósticos psiquiátricos más notorios y controvertidos de la historia de la medicina.
El término deriva de hystera, la palabra griega para útero, ya que se creía que era causada por un útero errante o desequilibrado que provocaba síntomas como ansiedad, parálisis temporal, convulsiones, irritabilidad o excesiva emotividad en las mujeres.
Hipócrates y Platón lo describían como una enfermedad femenina exclusiva, atribuible a la falta de relaciones sexuales, embarazo o irónicamente a la masturbación reprimida.
En el siglo XIX, se convirtió en una etiqueta para cualquier comportamiento femenino que desafiara las normas de la época, desde el activismo sufragista hasta la "pereza" doméstica, la promiscuidad o simplemente la expresión emocional.
Médicos como Jean-Martin Charcot la popularizaron en la Salpêtrière de París, donde trataban a miles de mujeres pobres con hipnosis, aislamiento o masajes pélvicos manuales (lo que llevó a la invención del vibrador eléctrico como cura médica)
En contextos más extremos, se recomendaban histerectomías o internamientos en asilos para controlar a las histéricas, sirviendo así como una potente herramienta de opresión social y de género para silenciar disidencias y reforzar roles tradicionales.
Enfermedades mentales que nunca han existido, inventadas solo cómo método de control:
La drapetomanía:
Término acuñado en 1851, hacía referencia al «deseo de los esclavos africanos de escapar de sus amos», concretamente de las plantaciones del sur de Estados Unidos. Tanto Cartwright como la sociedad racista a la que pertenecía sostenían que la esclavitud era un orden legal, un fenómeno natural impuesto por Dios.
Una historia de libertad y destino o lo que podemos cambiar con nuestros actos y lo que no:
Un día, un sabio maestro taoísta llevó a sus discípulos a la orilla de un estanque sereno, donde el agua reflejaba el cielo como un espejo perfecto. Quería enseñarles la sutil diferencia entre lo que depende de nosotros —nuestra libertad para actuar— y lo que escapa a nuestro control —el destino inexorable del mundo.
"Observad con atención", les dijo con voz calmada. Tomó una piedra lisa y redonda de su bolsillo y la dejó caer en el centro del estanque. Con un chapoteo breve, la piedra se hundió de inmediato, desapareciendo en las profundidades oscuras, sin dejar más que ondas que se expandieron y desvanecieron rápidamente. El agua volvió a su quietud, como si nada hubiera sucedido.
Luego, el maestro extrajo un pequeño frasco y vertió una sola gota de aceite puro sobre la superficie. La gota no se hundió; en cambio, flotó ligera, extendiéndose lentamente en un círculo iridiscente que brilló bajo el sol, cubriendo un área cada vez mayor sin esfuerzo, como si el agua misma la invitara a danzar.
Al día siguiente, reunió de nuevo a sus alumnos bajo un sauce antiguo. "¿Recordáis lo que hicimos ayer? Contadme, ¿qué ha sucedido con la piedra y el aceite?"
Uno de los discípulos, el más impaciente, respondió: "Maestro, la piedra se hundió al instante y ya no la vimos más. El aceite, en cambio, flotó y se extendió por toda la superficie".
El maestro asintió, con una sonrisa serena que arrugaba sus ojos como surcos en la tierra fértil. "Así es la vida, queridos míos. La piedra representa el destino, las fuerzas inevitables que nos arrastran hacia el fondo: la muerte, el tiempo, las tormentas que no invocamos. Puedes arrojarla con toda tu fuerza o con delicadeza, pero siempre se hundirá, indiferente a tus deseos. No luches contra ella; acéptala, y las ondas de su caída pasarán sin turbar tu paz por siempre.
Pero el aceite... ah, el aceite es tu libertad, tu esencia interior, las acciones que brotan de tu voluntad. Flota porque eliges cómo extenderte: puedes dejar que se disperse sin rumbo, o guiarlo con cuidado para que cubra solo lo necesario, iluminando lo que tocas sin ahogar al resto. Influye en tu aceite, expándelo con sabiduría, y verás cómo transforma la superficie de tu mundo sin hundirte en las profundidades.
Recordad: no malgastéis energía persiguiendo piedras que se hunden solas. Cuidar el aceite es el verdadero arte de vivir en armonía con el flujo del Tao".
Los discípulos guardaron silencio, contemplando el estanque, donde aún flotaba un leve rastro aceitoso, recordándoles que la lección no era solo oír, sino ver. Y así, entre lo que flota y lo que cae, hallaron un atisbo de equilibrio.
El pez no sabe que está dentro del agua hasta que alguien lo saca de ella.
¿Que es un intercambio atómico?
Los científicos informáticos utilizan el término “atómico” para describir un cambio de estado que tiene éxito o fracasa.
Si la operación atómica falla, el efecto debe ser el mismo que si la operación nunca se hubiera iniciado. Por lo tanto, un intercambio atómico transfiere fondos que tienen éxito o fracasan y nadie pierde dinero.
Ninguna de las partes puede quedarse con los fondos de la otra parte.